Preocuparse demasiado por los demás.
He aquí la maldición de las clases trabajadoras
by David Graeber
Trad. Julieta Gaztañaga
En: http://www.theguardian.com/commentisfree/2014/mar/26/caring-curse-working-class-austerity-solidarity-scourge
26 de marzo de 2014
Por qué todo el mundo acepta la lógica elemental de la austeridad?
Debido a que la solidaridad se llegó a considerar un flagelo
“No puedo entender por qué la gente no está protestando en las calles”. Suelo escuchar esta frase de boca de personas que provienen de medios ricos y poderosos. Hay una suerte de incredulidad. “Después de todo”, pareciera que sigue el subtexto, “denunciamos asesinato sangriento apenas alguien amenaza nuestras exenciones tributarias; si alguien me quitara el acceso a la comida, es más que seguro que saldría a quemar bancos y a tomar por asalto el Parlamento. Qué le pasa a esta gente?”
Es una buena pregunta. Podría pensarse que un gobierno que ha infligido tanto sufrimiento sobre aquellos con menos recursos para resistir, sin siquiera modificar algo del esquema económico, estaría corriendo el riesgo de un suicidio político. Pero en cambio, la lógica elemental de la austeridad es aceptada por casi todo el mundo. ¿Por qué? ¿Por qué los políticos que prometen sufrimiento continuo siempre ganan la aquiescencia de la clase trabajadora, ni qué decir su apoyo?
Creo que la propia incredulidad con la que empecé estas líneas proporciona una respuesta parcial a esa pregunta. Puede que las personas de clase trabajadora sean, tal como se nos recuerda sin cesar, menos meticulosas en cuestiones de derecho y propiedad que sus "superiores"; pero también están mucho menos obsesionadas consigo mismas. Se preocupan más por sus amigos, familias y comunidades. Al menos en conjunto, son fundamentalmente más agradables.
Esto parece reflejar una ley sociológica universal, hasta cierto punto. Desde hace tiempo las feministas han señalado que en todo arreglo social desigual quienes se ubican en la parte inferior tienden a pensar en, y, por lo tanto, a preocuparse acerca de, los de arriba mucho más que los de arriba piensan o se preocupan por ellos. En todas partes, las mujeres tienden a pensar y saber más sobre la vida de los hombres que los hombres sobre las mujeres, al igual que los negros saben más de los blancos, los empleados de los empleadores, y los pobres de los ricos.
Y siendo los seres humanos las criaturas empáticas que somos, el conocimiento lleva a la compasión. Mientras tanto, los ricos y poderosos pueden permanecer ajenos e indiferentes ya que pueden darse ese lujo. Numerosos estudios psicológicos lo han confirmado recientemente. Aquellos nacidos en familias de clase trabajadora obtienen, de manera invariable, una puntuación mucho mejor en las pruebas que miden los sentimientos de los otros que los vástagos de los ricos o de las clases profesionales. En cierto modo no es de extrañar que así sea. Después de todo, “ser poderoso” tiene que ver, en gran parte, con no tener que poner mucha atención a lo que piensen o sientan las personas que a uno le rodean. Los poderosos emplean otros que lo hacen por ellos.
¿Y a quiénes emplean? Sobre todo a los hijos de las clases trabajadoras. Aquí creo que tendemos a estar tan cegados por la obsesión (¿podría decirse la idealización romántica?) con el trabajo fabril como paradigma de “trabajo real” que nos olvidamos de aquello de lo que en realidad consiste la mayoría del trabajo humano.
Incluso en los días de Karl Marx o Charles Dickens, los barrios obreros alojaban muchas más criadas, limpiabotas, barrenderos, cocineros, enfermeras, taxistas, maestros de escuela, prostitutas y vendedores ambulantes que empleados en minas de carbón, fábricas textiles o fundiciones de hierro. Y mucho más en la actualidad. Aquello que pensamos como el trabajo arquetípico de la mujer como –cuidar a las personas, atender a sus deseos y necesidades, explicar, tranquilizar, anticipar lo que quiere o está pensando el jefe, por no mencionar el cuidado, la vigilancia y el mantenimiento de plantas, animales, máquinas y otros objetos– representa una proporción mucho mayor de lo que hacen la clase obrera cuando trabaja que lo que representa el martillar, tallar, cargar o cosechar cosas.
Esto no sólo es así porque la mayoría de la clase trabajadora sean mujeres (de hecho la mayoría de las personas son mujeres) sino también porque tenemos una visión sesgada de lo que hacen los hombres. Tal como tuvieron que explicar hace poco los trabajadores en huelga del metro a los pasajeros indignados, los “boleteros” no pasan la mayor parte de su tiempo cortando pasajes: destinan la mayoría de su tiempo a explicar o arreglar cosas, a buscar niños perdidos, y a ocuparse de los viejos, los enfermos y los confundidos.
Pensemos en esto, no es de lo que básicamente se trata la vida?
Los seres humanos son proyectos de creación mutua. La mayor parte de nuestro trabajo es para con otros. Las clases trabajadoras sólo hacen esto en una porción desproporcionada. Son las clases del preocuparse por los demás, y siempre lo han sido. La demonización incesante dirigida a los pobres por parte de quienes se benefician de ese trabajo suyo es lo que dificulta reconocerlo en un foro público como este.
Como hijo de una familia de clase trabajadora, puedo dar fe de que esto era de lo que en realidad estábamos orgullosos. Se nos decía constantemente que el trabajo es una virtud en sí mismo - que conforma el carácter o algo por el estilo - pero nadie lo creía. A la mayoría de nosotros nos parecía que era mejor evitar el trabajo, es decir, a menos que beneficiara a otros. Pero por el trabajo hecho, sea que por el mismo se entienda la construcción de puentes o vaciar chatas, se podía estar orgulloso. Y había algo más de lo sin duda nos sentíamos orgullosos: que éramos la clase de gente que se ocupa de los demás. Es lo que nos diferencia de los ricos, quienes, hasta donde la mayoría de nosotros podría vislumbrar, apenas la mitad de las veces se animarían a cuidar de sus propios hijos.
Hay una razón por la cual la virtud burguesa última es el ahorro y que la virtud última de la clase obrera sea la solidaridad. Pero es precisamente la cuerda de la cual está suspendida esa clase. Hubo un tiempo en que preocuparse por la propia comunidad pudo significar luchar por la clase obrera. En aquellos días solíamos hablar de “progreso social”. Hoy vemos los efectos de una guerra sin cuartel contra la idea misma de la política de la clase trabajadora o la comunidad de la clase trabajadora. Esto ha dejado a la mayoría de la gente trabajadora con pocas posibilidades de expresar esa preocupación por los demás, excepto para orientarla hacia alguna abstracción manufacturada: “nuestros nietos”, “la nación”; ya sea a través de un patriotismo chovinista o de llamamientos al sacrificio colectivo.
Como resultado todo está patas para arriba. Generaciones de manipulación política finalmente han convertido a ese sentido de solidaridad en un flagelo. Nuestra preocupación por los demás ha sido transformada en armas contra nosotros. Y es probable que se mantenga así hasta que la izquierda, que dice hablar en nombre de los trabajadores, comience a pensar de manera seria y estratégica acerca de lo que la mayoría del trabajo consiste en realidad, y en aquello que las personas que se comprometen con el mismo piensan que es su virtud.
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[ORIGINAL]
Caring too much. That's the curse of the working classes
Why has the basic logic of austerity been accepted by everyone? Because solidarity has come to be viewed as a scourge
"What I can't understand is, why aren't people rioting in the streets?" I hear this, now and then, from people of wealthy and powerful backgrounds. There is a kind of incredulity. "After all," the subtext seems to read, "we scream bloody murder when anyone so much as threatens our tax shelters; if someone were to go after my access to food or shelter, I'd sure as hell be burning banks and storming parliament. What's wrong with these people?"
It's a good question. One would think a government that has inflicted such suffering on those with the least resources to resist, without even turning the economy around, would have been at risk of political suicide. Instead, the basic logic of austerity has been accepted by almost everyone. Why? Why do politicians promising continued suffering win any working-class acquiescence, let alone support, at all?
I think the very incredulity with which I began provides a partial answer. Working-class people may be, as we're ceaselessly reminded, less meticulous about matters of law and propriety than their "betters", but they're also much less self-obsessed. They care more about their friends, families and communities. In aggregate, at least, they're just fundamentally nicer.
To some degree this seems to reflect a universal sociological law. Feminists have long since pointed out that those on the bottom of any unequal social arrangement tend to think about, and therefore care about, those on top more than those on top think about, or care about, them. Women everywhere tend to think and know more about men's lives than men do about women, just as black people know more about white people's, employees about employers', and the poor about the rich.
And humans being the empathetic creatures that they are, knowledge leads to compassion. The rich and powerful, meanwhile, can remain oblivious and uncaring, because they can afford to. Numerous psychological studies have recently confirmed this. Those born to working-class families invariably score far better at tests of gauging others' feelings than scions of the rich, or professional classes. In a way it's hardly surprising. After all, this is what being "powerful" is largely about: not having to pay a lot of attention to what those around one are thinking and feeling. The powerful employ others to do that for them.
And who do they employ? Mainly children of the working classes. Here I believe we tend to be so blinded by an obsession with (dare I say, romanticisation of?) factory labour as our paradigm for "real work" that we have forgotten what most human labour actually consists of.
Even in the days of Karl Marx or Charles Dickens, working-class neighbourhoods housed far more maids, bootblacks, dustmen, cooks, nurses, cabbies, schoolteachers, prostitutes and costermongers than employees in coal mines, textile mills or iron foundries. All the more so today. What we think of as archetypally women's work – looking after people, seeing to their wants and needs, explaining, reassuring, anticipating what the boss wants or is thinking, not to mention caring for, monitoring, and maintaining plants, animals, machines, and other objects – accounts for a far greater proportion of what working-class people do when they're working than hammering, carving, hoisting, or harvesting things.
This is true not only because most working-class people are women (since most people in general are women), but because we have a skewed view even of what men do. As striking tube workers recently had to explain to indignant commuters, "ticket takers" don't in fact spend most of their time taking tickets: they spend most of their time explaining things, fixing things, finding lost children, and taking care of the old, sick and confused.
If you think about it, is this not what life is basically about? Human beings are projects of mutual creation. Most of the work we do is on each other. The working classes just do a disproportionate share. They are the caring classes, and always have been. It is just the incessant demonisation directed at the poor by those who benefit from their caring labour that makes it difficult, in a public forum such as this, to acknowledge it.
As the child of a working-class family, I can attest this is what we were actually proud of. We were constantly being told that work is a virtue in itself – it shapes character or somesuch – but nobody believed that. Most of us felt work was best avoided, that is, unless it benefited others. But of work that did, whether it meant building bridges or emptying bedpans, you could be rightly proud. And there was something else we were definitely proud of: that we were the kind of people who took care of each other. That's what set us apart from the rich who, as far as most of us could make out, could half the time barely bring themselves to care about their own children.
There is a reason why the ultimate bourgeois virtue is thrift, and the ultimate working-class virtue is solidarity. Yet this is precisely the rope from which that class is currently suspended. There was a time when caring for one's community could mean fighting for the working class itself. Back in those days we used to talk about "social progress". Today we are seeing the effects of a relentless war against the very idea of working-class politics or working-class community. That has left most working people with little way to express that care except to direct it towards some manufactured abstraction: "our grandchildren"; "the nation"; whether through jingoist patriotism or appeals to collective sacrifice.
As a result everything is thrown into reverse. Generations of political manipulation have finally turned that sense of solidarity into a scourge. Our caring has been weaponised against us. And so it is likely to remain until the left, which claims to speak for labourers, begins to think seriously and strategically about what most labour actually consists of, and what those who engage in it actually think is virtuous about it.