Pero primero, algunas condiciones (lógicamente necesarias, moralmente devastadoras)
1- evítese toda filosofía de café respecto de los sentimientos de los otros
2- no ceda a la tentación de aplicar la máxima kantiana a su yo tan insignifcante
3- diviértase
Entonces, podemos hacer un ejercicio de imaginación; a ver si la catarsis creativa derriba el catarro emocional y las cosas adquieren el ímpetu de los procesos y las posibilidades, en vez de tanto dramatismo de pacotilla
Sucede que entre el sentimiento y el resentimiento hay una relación muy peculiar. ¿Cuál? Una relación de producción.
En efecto, sentimiento y resentimiento no pueden comprenderse a menos que como términos indisociables en un proceso productivo.
Como el viejo Karl nos enseñó: el capital, bajo la forma de la mercancía, produce plusvalor.
¿Cómo produce el sentimiento resentimiento?
Es sólo a través de la acumulación del sentir que se realiza el resentimiento. Un producto que tiende a presentarse en formas transmutadas como palabrotas, lágrimas, tangos, rictus, etc.
Pero también hemos aprendido que el proceso de acumulación del capital, por consiguiente, supone su proceso de circulación.
Aquí hay también variedades y formas históricas pero siempre van a parar al mismo lado: tarde o temprano se convierte en valor apropiado sin equivalente.
[no llore, espere a llegar al final]
En este sentido, hay individuos que poseen los medios de producción (llámese los resentidores, que son seres absolutamente despreciables) y los que solo poseen su fuerza de trabajo (los resentidos, cuyas condiciones de reproducción que hay que erradicar, o mejor dicho, transformar)
En otro mundo es posible no sucedería que estos individuos se enfrenten. Pero en éste, pasa todo el tiempo.
He aquí la condición del resentimiento.
No hay tal cosa como el modo de producción resentido; pero sin dudas tampoco el resentimiento es fetichismo (narcisimo mistificado).
Se trata, en cambio, de relaciones; las cuales, como tal, contradictorias, están en proceso de producción y suponen su propia destrucción
Sí. Cortázar lo llama –más poéticamente– ‘el sentimiento de no estar del todo’
[…] El hombre de nuestro tiempo cree fácilmente que su información filosófica e histórica lo salva del realismo ingenuo. En conferencias universitarias y en charlas de café llega a admitir que la realidad no es lo que parece, y está siempre dispuesto a reconocer que sus sentidos lo engañan y que su inteligencia le fabrica una visión tolerable pero incompleta del mundo. Cada vez que piensa metafísicamente se siente "más triste y más sabio", pero su admisión es momentánea y excepcional mientras que el continuo de la vida lo instala de lleno en la apariencia, la concreta en torno de él, la viste de definiciones, funciones y valores. Ese hombre es un ingenuo realista más que un realista ingenuo. […]
En La vuelta al día en ochenta mundos (1967)