Vía John Berger (epílogo de Puerca tierra)
Incansablemente consagrado a arrebatar la vida de la tierra, atado a un presente de trabajo interminable, el campesino ve, no obstante, la vida como un interludio. Esto queda confirmado en su familiaridad cotidiana con el ciclo del nacimiento, vida y muerte. Esta visión podría llevarle a ser religioso; sin embargo, la religión no se encuentra en los orígenes de su actitud, y, en cualquier caso, la religión de los campesinos nunca se ha correspondido plenamente con la de los gobernantes y los curas.
El campesino ve la vida como un interludio debido al movimiento dual, opuesto en el tiempo, de sus ideas y sentimientos, movimiento que a su vez se deriva de la naturaleza dual de su economía. Sueña con volver a una vida sin hándicaps. Está decidido a transmitir a sus hijos los medios para sobrevivir (y, de ser posible, más seguros en comparación con los que él heredó), Sus ideales se sitúan en el pasado; sus obligaciones son para con un futuro que él mismo no vivirá para ver. Tras su muerte, no será transportado al futuro: su noción de inmortalidad es diferente: volverá al pasado.
Estos dos movimientos, hacia el pasado y hacía el futuro no son tan opuestos como puede parecer a primera vista, porque básicamente el campesino tiene una visión cíclica del tiempo. Son dos maneras diferentes de girar en torno a un círculo. Acepta la secuencia de los siglos sin convertirla en algo absoluto. Quienes tienen una visión del tiempo unidireccional no admiten la idea del tiempo cíclico: les da vértigo moral, pues toda su moralídad se basa en la relación causa-efecto. Quienes tienen una visión cíclica del tiempo no tienen gran inconveniente en aceptar la convención del tiempo histórico, que no es sino la huella de la rueda que gira.
El campesino se imagina una vida sin hándicaps, una vida en la que no se vea obligado a producir primero una plusvalía antes de proveer su propio sustento y el de su familia, como un estado originario del ser que existía antes del advenimiento de la injusticia. El alimento es la primera necesidad del hombre. Los campesinos trabajan la tierra para producir el alimento necesario para sustentarse. Y, sin embargo, se ven obligados a alimentar a otros antes, a menudo al precio de pasar hambre ellos mismos. Ven cómo el grano de los campos que ellos han labrado y cosechado, en su propia tierra o en la del amo, les es quitado para alimentar a otros, o es vendido asimismo para el beneficio de otros. Por mucho que se considere que las malas cosechas son una fatalidad del destino, o que el amo/propietario lo es debido al orden natural de las cosas, independientemente de las explicaciones ideológicas que puedan ofrecerse, el hecho básico está claro: ellos, que pueden alimentarse a sí mismos, se ven obligados a alimentar a los demás. Tal injusticia, razona el campesino, no puede haber existido siempre, y así imagina un mundo justo en sus comienzos. En sus comienzos, un estado de justicia primordial para con el trabajo primordial de satisfacer la necesidad primordial del hombre. Todas las revueltas campesinas espontáneas han tenido como objetivo la restauración de una sociedad campesina justa e igualitaria.